Ya no soy la chica de ayer. La que conociste, a la que rompiste en mil pedazos y dejaste tirada esperando a que la fueses a recoger. Guardé durante mucho tiempo la esperanza de que volvieses, de que te arrepintieras de haberme abandonazo y sintieses la necesidad de regresar a mis brazos. Fueron largas noches de desvelo, mirando nuestras fotografías y maldiciendo el momento en que te dejé escapar. Todos los días me juraba que esa lágrima sería la última que derramase por ti. Pero nunca lo conseguía, siempre había una vez más en la que mi cara terminaba inmersa en un mar de agua salada.
Llegué a pensar que eso no terminaría jamás. Pero acabó. Una mañana, al despertar, me dirigí a la cocina. Tomé mi desayuno y al terminar volví a la habitación. Al llegar a la cama, reparé en algo que había encima de la mesilla. Era nuestra fotografía, la que abrazaba cada noche antes de ir a dormir, y en la que reparaba cada mañana nada más abrir los ojos. Esta vez había sido diferente. Había salido de la cama, había empezado mi día sin ni siquiera acordarme de que estabas ahí, en un trozo de papel arrugado de tanto tocarlo. Entonces me di cuenta de que algo dentro de mí había cambiado. Era una nueva etapa que, sin darme cuenta, estaba empezando en ese momento.
A partir de entonces mi vida cambió. Volví a sonreír, a confiar y a creer que la sinceridad, el cariño y el amor existían. Comprendí (aunque me costó su tiempo, por fin lo conseguí) que cuando una persona se marcha de tu vida es porque el destino no la quiere a tu lado, por las razones que sean. Y que solamente se va para dejar el hueco para alguien que sí merece tu compañía, y sobre todo, que sí quiere gozar de la misma. Que si alguien no es para ti no lo será, y que quien tenga que estar, llegará. A su debido tiempo, seguro que más tarde de lo que tú quisieras, pero llegará. Y lo hará como un héroe, que te agarrará la mano y te salvará del pozo en el que te habías metido.
Y ahora vienes otra vez, buscando cobijo donde un día lo necesitaron y tú no lo diste, intentando romper los esquemas de la vida que construí cuando te fuiste. Tantas veces como volviste, tocando mis puntos débiles, haciéndome creer que eras otra persona, tantas veces te creí. Pero hoy juego con ventaja, porque ya no me conoces. No sabes cuáles son mis puntos débiles, ni los encontrarás, porque contigo ya no existen. Se fueron con el dolor, dejando paso a los puntos fuertes, esos que hoy, por mucho que intentes, no vas a derribar. Márchate como lo hiciste aquella última noche de noviembre, que esta vez no dejarás mil pedazos de un corazón roto esperando a que vuelvas a ponerle tiritas. Esta vez queda un corazón fuerte, lleno de guardaespaldas que no permitirán que quiebre al verte partir.
La niebla hoy ha desaparecido, dejando paso a los rayos de luz de un nuevo día.