Nunca
pensé que me afectaría tanto la muerte de alguien a quien no conozco. Y me
afecta porque el sábado fue él, pero mañana podría ser yo, o peor, cualquiera
de los míos. Tenía 20 años, 18 cuando se iba a operar de una lesión en la
rodilla y en el preoperatorio le dijeron: Pablo, vas a ingresar en el hospital,
pero no por tu operación, lo vas a hacer porque tienes leucemia. Aquello podría
ser anecdótico teniendo en cuenta que después del sufrimiento llegó la
felicidad, lo trasplantaron y aparentemente el calvario había terminado. Pero
la vida es bastante más cabrona de lo que llegamos a imaginar.
Por
si es poca injusticia que, a un chaval joven, sano, deportista, le
diagnostiquen leucemia y le rompan sus esquemas de vida con sólo 18 años,
aparece el destino, tan hijo de puta con quien menos lo merece y tan benévolo
con los verdaderos criminales, y meses después de darle a probar el sabor dulce
de la victoria frente al cáncer, vuelve para decirle: oye Pablo, no seas tan
feliz macho, no te permitas el lujo de celebrar que has ganado la batalla, porque
tienes leucemia de nuevo.
Pienso
en Pablo cuando le dijeron esto, pero también pienso en su familia, en sus
amigos y en su novia. Esa chica que, con 18 años empieza una relación con la
persona de la que está enamorada, y a los pocos meses le dicen: tu novio tiene
cáncer por segunda vez, y ahora te toca vivirlo a su lado. Sus padres no tenían
otra opción que la de luchar al lado de su hijo y sufrir con él la dureza de
esta enfermedad, pero Andrea podría haber salido corriendo y evitarse ese
dolor. Y no lo hizo, fue valiente y luchó junto a Pablo hasta el final. Eso es
el amor y eso es tener dos cojones, perdón por la expresión. Mi admiración
absoluta hacia esa niña, porque yo no sé si sería tan valiente como ella lo ha
sido hasta el final.
Pablo
ha estado casi un año luchando contra sí mismo: la debilidad de su cuerpo, de
su sistema inmunitario, de su salud, contra la fortaleza mental que lo ha
caracterizado cada día en estos últimos 8 meses. Consiguió multiplicar un 1300%
las donaciones de médula, consiguió concienciar a miles de personas de la
importancia de ser solidarios, consiguió, estoy segura, salvar la vida de
muchas personas gracias a su campaña en redes sociales, consiguió darnos una
lección de vida a todos, a mí la primera, y demostrar que lo único que importa
y que nos debe preocupar es abrir los ojos cada mañana y ser conscientes de que
estamos vivos, lo demás es absolutamente secundario. Todo lo ha hecho con una
sonrisa y viendo su enfermedad de una forma ADMIRABLE.
Lo
único que Pablo no ha conseguido ha sido salvar su propia vida, y permitidme
considerar que esto no ha sido un fracaso. Pablo no ha perdido la batalla por
vivir, porque ha librado la misma durante dos años de una manera ejemplar, que
ya la quisiera yo para mí si algún día estuviese en su situación. Ya lo decía
él, “lo triste no es morir, lo triste es no saber vivir”. Y por eso a mí me
parece mucho más triste la forma de vida que llevamos las personas en nuestro
día a día que la muerte que ha tenido Pablo.
Sólo
quiero añadir algo más: Pablo, no sé si desde donde estés podrás ver lo que te
decimos desde aquí, pero por si acaso, quiero mandarte un mensaje: cuando el
sábado me dijeron que habías muerto, me sentí una inútil, una cobarde, una ignorante,
porque entendí que no he sabido vivir. No sé si tu muerte se olvidará
fácilmente o si en unos meses o años tu legado quedará en el olvido para
alguien, pero TE JURO PABLO, te juro que desde donde estés, comprobarás que
para mí has sido un punto de inflexión, que en mí has hecho una exquisita labor
y que GRACIAS A TI he aprendido a vivir y voy a hacerlo como tú me has enseñado
en estos meses. Yo jamás olvidaré quién fuiste y cómo viviste. Siempre fuertes
Pablo, SIEMPRE. Gracias, guerrero.
Pasodoble "Hijo", dedicado a Pablo Ráez:
Deseos con historia | La historia de un luchador: Pablo, el gladiador: