jueves, 20 de octubre de 2016

4 meses de vida plenamente feliz.

Hoy es 20 de octubre, y se cumplen cuatro meses del día que me cambió la vida. El 20 de junio de 2016 cumplí el sueño que perseguía desde los 12 años, sin duda, el más importante de mis sueños: someterme a una operación de reducción de pecho.

Empecemos por el principio. Era muy niña cuando empecé a desarrollar, lo que supuso burlas en el instituto por parte de muchas personas que parecían no tener corazón. Me han llamado vaca lechera, tetona, y muchas cosas que he preferido borrar de mi memoria. Sacaba sobresalientes en todo, salvo en Educación Física: no me movía, no saltaba, no corría, no bailaba, pues todo suponía un movimiento de pechos que me desagradaba y me avergonzaba profundamente. Tengo que agradecer la comprensión de todos los profesores que he tenido en esta asignatura, yo nunca he escondido mi complejo y ellos siempre me han ayudado (llegando a echar a compañeros de clase por meterse con el tamaño de mi pecho). He de decir que en la mayoría de las ocasiones las burlas procedían de otras chicas; curioso, cuanto menos, que en lugar de apoyarnos unas a otras, tratemos de hacer daño en los puntos débiles de nuestras compañeras. Siempre que he hablado de complejos con otras personas he manifestado mi deseo de operarme, y del problema que para mí suponía tener el pecho grande, sin miedo, sin tapujos, sin vergüenza de contar lo que me atormentaba.

Cada vez que me tenía que mirar al espejo era un sufrimiento para mí. He llorado cuando iba a comprarme ropa interior, cuando me compraba ropa en general (las tallas que tenía que coger no se ajustaban a mi cuerpo, sino que debían ser más grandes para que "me quedasen bien de pecho"), cuando me miraba desnuda al espejo (en pocas ocasiones lo hacía), lloraba cada día porque no era feliz, además de tener una inseguridad que me quitaba las ganas de salir, de arrreglarme, y, sobre todo, me impedía ir a la piscina: jamás he ido más de tres veces a la piscina durante un verano completo hasta este año. Ponerme en bikini delante de la gente era impensable para mí hasta hace cuatro meses. 

Muchas veces he oído comentarios como "no te operes, a los hombres les gustan los pechos grandes", "eres guapísima así, no tienes que cambiar nada", "si tanto complejo tienes, ¿por qué utilizas tanto escote a veces?"... de todas las opiniones y preguntas, la única que siempre me ha molestado ha sido esta última. No está reñido tener complejo de pecho grande y llevar escote. De hecho, tenía su explicación: si utilizaba una prenda de ropa que me cubriese todo el pecho, el bulto era mucho mayor que si llevaba escote, puesto que al tener la mitad del pecho "al aire", se disimulaba mucho y parecía que tenía menos volumen.

Durante los años de mi adolescencia no he podido llevar jamás una prenda de ropa con la espalda al aire, o palabra de honor. Para hacerlo es necesario no utilizar sujetador o, en su defecto, utilizar un sujetador que se vea poco. Para mí eso era imposible. Sin sujetador el pecho caía prácticamente hasta el ombligo, y no podía utilizar uno que no fuese reductor, que me recogiese bien todo el pecho, con tirantas anchas, además de ser siempre negros o beiges, nada de sujetadores bonitos que se pudiesen ver.

Además del problema psicológico, había que añadirle el de salud: mis hombros y mi columna desviada pueden dar fe del problema que suponía tener el pecho tan grande. Dolores continuos de espalda, sobre todo al utilizar tacones, no poder dormir boca abajo, los hombros hundidos por el peso que llevaban el sujetador hacia abajo, no aguantar de pie muchas horas, últimamente minutos, porque enseguida se me cargaba la espalda... un sin fin de problemas físicos y psicológicos que me llevaron a terminar, entre otros motivos, en un psicólogo. He de reconocer que esos meses de charlas con un profesional me ayudaron a muchas cosas, entre otras a asumir cómo era y a quererme como tal, pero el problema seguía ahí y mi idea de operarme no se me iba de la cabeza.

Llegó mi segundo año en Madrid, y una aburrida tarde en la que no tenía nada que hacer, la vida me llevó a ver un vídeo de Dulceida, reconocida youtuber e influencer de moda, en el que contaba su experiencia tras someterse a una reducción de pecho. Vi la felicidad en sus ojos y la envidié. Yo también quería saber lo que se sentía, e inmediatamente empecé a buscar clínicas privadas donde realizasen la operación (puesto que en la Seguridad Social me habían descartado por completo la posibilidad de operarme, pues mi caso "no era tan grave como para financiarme el tratamiento"). Descubrí las Clínicas Diego de León, me convencieron sus técnicas, el precio que ofrecían y el prestigio que parecían tener, y llamé a mi madre para decirle que iba a pedir cita para una primera consulta informativa y gratuita.

Mi madre nunca había sido partidaria de que me operase, tenía miedo de las consecuencias posibles tras una anestesia general y de una posible mala recuperación post operatorio. Pero cuando recibió mi llamada, convencida de hacerlo, supo que tenía que apoyarme. Tanto ella como mi padre, desde el primer momento, me dieron su aprobación y, sobre todo, aceptaron pagar lo que costaba la operación. En cuestión de un mes elegimos la doctora en cuyas manos me pondría, pagamos la fianza y elegí la fecha de la intervención. Tenía quirófano reservado para el 20 de junio, no podía ser más feliz. Mi calvario estaba a punto de finalizar, y yo se lo contaba a todo el mundo.  Toda mi familia y mis amigos me apoyaron, nadie desaprobó mi idea y eso me hizo aún más fuerte. Estaba segura de que todo saldría bien y, sobre todo, de que con 19 años iba a empezar a ser feliz.

Llegó el día y ahí estaban conmigo las personas más importantes de mi vida. Cuando me bajaron a quirófano me moría de miedo, estaba nerviosa por la anestesia, temía que algo fuese mal. Pero las ganas de que me cambiase la vida superaban todo sentimiento negativo. Tras tres horas y media de intervención y un mes de recuperación, mi vida había cambiado. Todo fue sobre ruedas, no se me infectó ninguna herida, no llegué a sentir dolor en ningún momento, no hubo ningún problema. Hoy soy feliz. Llevo siéndolo cuatro meses. Y lo seré el resto de mi vida.

Por último, sólo me queda agradecer a quienes me han apoyado y se han preocupado por mí, de forma especial a mis padres por permitirme hacerlo, a mi hermana por ser mi otra mitad, por vivirlo conmigo al 100%, a mi familia por estar ahí en todo momento, a mis amigos que me han cuidado cada día cuando estaba convaleciente, y, sobre todo, a la doctora Pilar de Frutos y a su equipo, por haberme convertido en una persona feliz y segura de sí misma. Me puse en las mejores manos posibles, hoy no me cabe duda. Siempre le estaré agradecida.

Foto con mi doctora, Pilar de Frutos,
la artífice de mi nueva vida.